En la tradición de los poetas que, desde Adriano hasta Pound, no creen en un alma trascendente y, no obstante, dialogan con lo que quiera que esa alma sea, se inserta Soliloquio para dos, el último de los poemarios escritos por Eduardo Moga y probablemente uno de los mejores. En este caso el diálogo es áspero, lleno de recriminaciones, combativo, desesperado. Es la fiebre del alma lo que “unce al ser” al yo poético: un yo abandonado a la nada sólo adquiere sentido en virtud del espíritu que lo anima, pero este espíritu se reconoce como “fiebre”, es decir, como pasión, enfermedad, provisionalidad extrema. Los poemas sobre el alma contrastan con las imágenes del vallisoletano José Noriega, donde el sexo y el desamparo aparecen absolutamente descarnados.

[Eduardo Moga y José Noriega, Soliloquio para dos, prólogo de Tomás Sánchez Santiago, Santa Coloma de Gramenet: La Garúa, 2006, 74 pp.]

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