A finales de los noventa, Fernando Botero sintió la necesidad de completar su visión de la realidad de su país, aunque desde luego no movido por el compromiso social: “No aspiro a que estos cuadros vayan a arreglar nada”, afirmó en 2001. “No estoy haciendo arte comprometido, ese arte que aspira a cambiar las cosas, porque no creo en eso”. Más bien parece algo así como coherencia profesional: el artista se debe a sí mismo cierta exhaustividad, y eludir el fenómeno de la violencia en Colombia supondría hurtarle una buena dosis de la realidad a su obra. Surgió así una larga serie de trabajos en los que acomete el tema de la violencia en su país; frente a su habitual versión amable del mundo, arraigada tanto en el Renacimiento como en el muralismo mexicano, con ironía y una voluptuosidad tropical en los volúmenes y en los colores -en definitiva, una concepción del arte marcada por la celebración, el humor y cierta pronunciada poetización de lo representado-, el artista retoma los temas que ya habían salpicado aquí y allá su obra desde su primera Mujer llorando (1949). Donados por el artista al Museo Nacional de Colombia en 2004, aquellos cuadros se exponen hoy en Palma.

[Fernando Botero, Una mirada diferente, catálogo de exposición, textos de Santiago Londoño y Beatriz González, Alicante: Caja de Ahorros del Mediterráneo, 2007, 136 pp.]

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