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Qué pena, tener que acabarla. Habría seguido disfrutando del relato de las peripecias de Hans por esas ciudades neblinosas y doloridas, y de sus diatribas anticatólicas y anticlericales. Por otra parte, y es lo que querría hoy comentar, llama la atención poderosamente la portada de esta edición: se trata de la fotografía, en un B/N que quita el hipo, de un payaso que se lleva a la boca un pitillo con la mano derecha, mientras deja que la izquierda le descanse a la altura del muslo agarrando unas rosas tristísimas. Al fondo se adivinan la carpa de un circo y el terreno llano y arenoso donde éste se asienta. El payaso viste un bombín a lo Chaplin, un maquillaje blanco luminoso le oculta el rostro, que aparece coronado con unas cejas negras que se arquean hasta desaparecer, por asimilación, bajo el sombrero. El resto de su vestimenta es de un gris rayano en el luto. Recuerdo que cuando dejé el libro en mi escritorio, en el instituto, uno de mis alumnos que lo vio allí no dudó un instante al afirmar que “ésta debe ser la foto del payaso más tenebroso de todos los tiempos”. Y no le faltaba razón.

[Heinrich Böll, The Clown, Londres: Penguin, 1994, 272 pp.]

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