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Esta colección de relatos es el primer libro publicado de Larry Brown, antes incluso que su premiada novela, Dirty Work. Hay en los EE.UU. una tradición de que el primer libro de un escritor sea una colección de relatos, muy al contrario de lo que sucede en nuestro país, que parece necesitar una novela hecha y derecha para que el lector salga de la librería convencido de que su reciente adquisición posee peso específico, que el dinero gastado tendrá dividendos en la forma de satisfacción sin límite, algo contra lo que –piensa nuestro aguerrido lector– los relatos jamás podrán competir. Quizá sea porque en esos pensamientos se inmiscuye, subrepticiamente, la palabra “cuento”, arrastrando toda una plétora de asociaciones inconscientes (“cuentos para niños”, “vivir del cuento”, “menudo cuentista que estás tú hecho”…), y acabamos cuestionamos la entidad literaria de este formato, cuando no se la negamos directamente: en este país o se corre la maratón o todo lo demás nos parecen paseos por el parque. En el otro lado del Atlántico, ya desde que Edgar A. Poe racionalizara la bondad de su preferencia personal en el género narrativo, se ha cultivado con excelencia la distancia corta del relato en lugar de los cuarenta y tantos kilómetros novelescos. Larry Brown, en su vida como escritor (en 1990 decidió abandonar su profesión de bombero para dedicarse a la escritura en exclusiva), optó primero por el relato corto, para dar luego el salto a la novela, que desarrolló con gran fortuna en seis ocasiones. Que no se me malinterprete: los relatos de esta colección no son ejercicios de estilo, ni formas diversas de poner el motor a punto, ni el necesario entrenamiento en dosis controladas para la gran carrera que se avecina. Hay en estos relatos, cuyos protagonistas comparten un área geográfica –el sur de su país– y una cultura –la que se desarrolla en torno a trabajos manuales, ciudades pequeñas, bares llenos y corazones vacíos–, voluntad realista y ansias idealistas de que el reflejo de nuestros defectos nos hagan despertar del largo letargo, del torpe sopor que nos cobija y nos aleja de nuestra humanidad. Brown nos habla desde Oxford, Mississippi, la patria chica de William Faulkner, pero su sobrio estilo, exento de altisonancias y su fino ojo para el detalle revelador, se asemejan más a los ambientes que logra Thom Jones (incluso a los de Raymond Carver, en ocasiones) que al de Faulkner. ¿Que no lo encuentran en las librerías? Normal: lamentablemente, ningún editor español ha apostado aún por él.

[Larry Brown, Facing the Music, Chapel Hill, NC: Algonquin Books of Chapel Hill, 1996, 167 pp.]

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