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El mundo al que este volumen nos acerca se lo tragó el tiempo, como hace siempre el tiempo, devorar y devorar y devorar y dejar a los vivos con los ojos muertos por la nostalgia y el arrepentimiento, porque hemos acabado siendo quienes somos y no quienes entonces soñábamos que llegaríamos a ser. Pero así es el tiempo, que todo lo marchita y hace que se doblegue hasta el torso más varonil y velludo, y así era Chicago hace cincuenta o sesenta o setenta años, la Chicago que Nelson Algren retrató en sus novelas y en sus relatos y que Art Shay plasmó en fotos de un dramático blanco y negro, negro como los rostros de los niños descalzos saliendo de edificios declarados en ruinas de los barrios del suroeste de la ciudad porque no tienen otro lugar donde vivir, y blanco y mortecino como la tez marmórea de los borrachos moribundos tirados en las aceras, con llagas en las muñecas que los asemejan a cristos desprendidos de su cruz. Quien haya llegado hasta Chicago como turista, seguramente habrá visitado el centro de la ciudad, la Milla Magnífica y sus luces y sus galas reflejadas en los escaparates y en las ventanas como espejos de los rascacielos; que no espere, pues, reconocer en este libro lo que quedara grabado en su retina, pues aquélla y ésta son dos ciudades distintas. Yo puedo afirmar, sin pizca de altanería, que en los seis años que viví en Chicago conocí ambas ciudades, la del neón multicolor y los bolsillos llenos, y la otra de las casas abandonadas con las ventanas entabladas, la de los coches sin ruedas sobre cuatro cajas, o en llamas en solares vacíos y repletos de basura y escombros, la de los chavales tiroteados por los callejones, recién concluidos sus estudios de secundaria, el miedo y la ignorancia y el odio impresos en la mirada como un tatuaje: Chicago es “la más americana de todas las ciudades –aseguraba Algren–, porque es en los rostros de sus descarriados donde vemos, con mayor claridad que en ninguna otra ciudad americana, el íntimo y particular sentido de culpabilidad americano de no poseer nada, nada en absoluto, en el país en que la propiedad y la virtud son una y la misma cosa”.

[Art Shay, Chicago’s Nelson Algren (Prefacio de David Mamet), Nueva York: Seven Stories Press, 2007, 167 pp.]

1 Comment:

  1. Lauren said...
    por mas ---

    http://indianhillmediaworks.typepad.com/artshay/

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