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Leer las reseñas laudatorias de las contraportadas de los libros puede ser origen de descarrío, pues nunca se está seguro de las intenciones que albergan todas esas alabanzas: ¿Amistad sincera? ¿Deudas que saldar? ¿Mecenazgo del escritor asentado hacia el recién incorporado a las artes y las letras? ¿O acaso una apuesta que liquidar? Abramos ahora el volumen del que hoy nos ocupamos: “Jonathan Ames es uno de los escritores más divertidos de los EE.UU.” Ésta es la primera sentencia con la que nos encontramos en la solapa interior. Elogios y más elogios. Lo habitual. Pero la sorpresa es mayúscula cuando, dos líneas más adelante, es el propio Ames quien confiesa que el autor de esas apreciaciones no es otro sino él mismo. Y este es, precisamente, el tono que rezuma el libro entero, desde la solapa autopropagandística hasta los encomios de la contraportada, los cuales, aunque aparezcan firmados por escritores como Bret Easton Ellis y Jonathan Lethem, no se logran sacudir de encima la sospecha razonable del lector: ¿serán también producto de la mano (no poco masturbatoria) de Ames? A medio camino entre un Woody Allen irreverente, un Lenny Bruce sin el escándalo personal añadido y un Eddie Murphy (ojo: en su faceta de stand-up artist, no de actor de Hollywood) con la carga racial trastocada en descarga masculina, Jonathan Ames llegó hasta esta orilla del Atlántico, asociado a escritores de gran éxito de mediados de los años ’80 como fueron David Leavitt y Jay McInerney, a través de una novela (Fugaz como la noche) con notorio trasfondo autobiográfico y que, en palabras de Philip Roth, mostraba un estilo “vigoroso, elegante y escueto”. El Ames de What’s Not to Love?, quizá siguiendo la estela de su debut como novelista, no muestra ningún reparo en confesar sus intimidades más personales, su complejo edípico aún sin resolver, el ínfimo tamaño de su pene durante la adolescencia o sus relaciones con hombres y mujeres de todo signo y condición (ya sean prostitutas, exhibicionistas o transexuales). Originalmente publicados como columnas del periódico semanal New York Press durante tres años, los capítulos de este libro se las apañan para comenzar cada uno de ellos allí donde concluía el anterior, confiriendo al conjunto una sensación de continuidad novelesca en la que lo aparentemente trivial y desconexo encuentra, a la larga, su ubicación en un plan general, ya sea en la imaginación del escritor o en los deseos del lector.

[Jonathan Ames, What’s Not to Love? The Adventures of a Mildly Perverted Young Writer, Nueva York: Crown Publishers / Random House, 2000, 273 pp.]

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