Has de saber que en este país nuestro (“de todos los demonios”, como gustaba aquél de caracterizarlo) nadie se ha decidido aún a publicar ni una sola carta del poeta de Los Ángeles. Pero no sufras más, que tus cuitas son en balde, pues la magna Anagrama se prepara para sacar a la luz (a la de los neones de los escaparates, se entiende) una selección de la correspondencia del abuelo, toda ella según los parámetros en los que no sé cuál editorial gala (creo recordar que era Grasset) ha decidido encorsetar las epístolas de un Bukowski pletórico en correspondencias. En otras palabras, que lo que quiera que vaya a publicar la editorial francesa en cuestión, así hará también Anagrama. O eso pensaban allá por el otoño de 2006; otra cosa bien distinta será lo que acaben haciendo. Y no me pregunten cómo he tenido acceso a esta información, pues se dice el pecado, mas nunca el pecador. En cualquier caso, ya tuvimos ocasión de comentar el volumen que en el ’83 se publicó con la correspondencia del canadiense Al Purdy y Bukowski, con la terrible certeza de que el lector español jamás podrá disfrutar de un epistolario que va más allá de lo puramente personal, escrito en un momento en el que la carrera literaria [sic] de ambos poetas estaba comenzando a despegar y su mutuo juego realidad/ficción estaba en su mejor momento. El que hoy traigo ante ustedes, mucho me temo, habrá de conocer una suerte semejante, aunque en este caso no será achacable una presunta dejadez o un supuesto desinterés a ninguna editorial española. La cuestión es mucho más sencilla y, acaso, más tajante. Este es un epistolario, de todas todas, intraducible. El carácter de la escritura es en exceso particular como para tratar de verterla en un español que no podría adaptarse a los vuelcos, torsiones y elipsis del original inglés, tanto del lado de un Bukowski que –como bien afirma el editor del volumen en su prolija introducción– se ha desprendido de su máscara de borrachuzo impenitente e insufrible para dejar que surja un lector voraz que se ha formado a sí mismo en las bibliotecas públicas de la nación tragándose a los clásicos de las grandes tradiciones no sólo literarias, sino también filosóficas y artísticas, y que es capaz de hacerle sombra a una Sheri Martinelli, en contraste, tibia y endeble, demasiado pagada de sí misma y sabedora de su estatus de musa de un Ezra Pound encerrado como un perro en un manicomio de Washington D.C. “Coño –le espeta Bukowski a la Martinelli–, he leído a esos clásicos tuyos, he malgastado una vida entera en las bibliotecas pasando páginas, buscando sangre. Me parece que no han estado más que echando basura SIN FIN, las páginas no chillan; siempre toda esa dignidad afectada y ese sabérselo todo y las páginas, secas y requemadas, apáticas como el trigo.” ¿Acabará de caer también para el lector español la imagen de un Bukowski misógino y fanfarrón, ignorante y desequilibrado, tenazmente dedicado a escupir en los ojos y los oídos de poetas, pintores, actores, pensadores? No es que no fuera todo eso. Es que también fue mucho menos, y mucho más.

[Steven Moore (ed.), Beerspit Night and Cursing: The Correspondence of Charles Bukowski and Sheri Martinelli, 1960-1967, Santa Rosa, CA: Black Sparrow Press, 2001, 382 pp.]

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