Nigel Barley es una lectura obligada para estudiantes de antropología -salvadas las tres décadas que nos separan del trabajo de campo (1978) y de la primera edición del libro (1983)-, e igualmente muy recomendable para el público aficionado a la buena literatura y al humor británico. En El antropólogo inocente, Barley desgrana la experiencia del antropólogo que efectúa su primer trabajo de campo en el seno de una tribu de las llamadas primitivas, los dowayo, en lo más alejado del Camerún postcolonial. Con una ironía a medio camino entre la flema y el gusto por desmitificar, Barley abandona las solemnidades del científico y, sin dejar de lado la cultura objeto de su estudio, ahonda en la naturaleza humana a través del ejemplo particular de los dowayo: ni éstos son tan diferentes a los occidentales que conocemos, ni todos los dowayo son el mismo. El reconocimiento de la personalidad individual en el hombre primitivo hace de Barley un estudioso mucho más respetuoso de la realidad y de la dignidad humana. Lejos de salvaguardar el prestigio casi heroico que atribuimos a los antropólogos desde Malinowski, Barley, doctor en Oxford, se retrata víctima de la exasperante burocracia africana, de las sospechas de espionaje, de la enfermedad, del sol y la lluvia, de las dificultades lingüísticas, de las chanzas de sus vecinos dowayos, de la discreción de los guardianes de sus secretos, del subprefecto local y de la curiosa lealtad de su asistente... Barley humaniza su trabajo y lo coloca al alcance del lector común, aportando, además, un ágil y brillante relato en el que la ironía y la humanidad bailan en cada una de sus hilarantes anécdotas. Hay que destacar también la traducción de María José Rodellar, que no ha perdido frescura más de veinte años después.
[Nigel Barley, El antropólogo inocente. Notas desde una choza de barro, prólogo y revisión técnica de Alberto Cardín, traducción de María José Rodellar, Barcelona: Anagrama, 2004 (18ª ed., 1ª de 1989), 236 pp.]
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