Tú escoges: o bien la muerte que es la vida, o bien vivir -para siempre- tras la muerte
Publicado por Anónimo el 20.12.07“They killed Thomas and Behan with their LOVE, their whiskey, their idolatry, their cunt” (“[Las calles] mataron a Thomas y a Behan con su AMOR, su bourbon, su idolatría, su coño”. Este era el exabrupto con el que Charles Bukowski evaluaba en sus Notes of a Dirty Old Man la aventura americana de Dylan Thomas. Si te separas de la máquina de escribir, que es tu única arma como escritor, las ratas se te echan encima. 35 tenía el poeta galés cuando puso su primer pie al otro lado del Atlántico: era entonces un escritor de fama internacional, una leyenda en vida por sus dotes líricas y lectoras (celebérrima es la vibrante grabación de la lectura que él mismo hizo en Nueva York de su guión radiofónico Under Milk Wood), como también eran proverbiales sus incursiones y excursiones alcohólicas y su inagotable promiscuidad. En tres ocasiones visitó Dylan Thomas los EE.UU., la primera de ellas en 1950 y la última en 1953, cuando la vida del escritor terminaría apagándose en una cama de hospital, agotado por los madrugones, su cuerpo roto por los excesos con la bebida y la comida, exultante por el éxito logrado con las lecturas de Under Milk Wood, pero incapaz de levantar la cabeza. La cirrosis hepática que arrastraba, sumada a una diabetes descubierta en el último momento y unidos ambos padecimientos a las inyecciones de cortisona y morfina que se le administraron, provocaron un coma irreversible del que jamás despertaría. Este libro de John Brinnin –rescatado en 2000 en la Colección “Lost Treasures” (“Tesoros perdidos”) de la londinense editorial Prion–, escrito de primera mano como testigo directo de los acontecimientos, es la crónica apasionada y apasionante de esos años en los que Brinnin, a cargo de la gira americana de Thomas, invitó al poeta galés, le acogió, gestionó sus asuntos financieros (tarea ingrata donde las haya, tratándose del dilapidador Thomas) y acabó haciéndose gran amigo suyo. La leyenda que precedía a Thomas en el Antiguo Continente se vería, tras su paso por el Nuevo, elevada al estatus de mito universal, el de la figura del poeta atormentado y patibulario, socarrón y pendenciero, más fácil de encontrarlo apoyado en la barra de una taberna, en casas de citas o en antros innombrables que delante de su máquina de escribir.
[John Malcolm Brinnin, Dylan Thomas in America. An Intimate Journal, Boston, MA: Little, Brown and Company, 1955, 303 pp.]
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