Nos encontramos ante un libro que, más que un libro, es la obra de media vida, pues su autor la comenzó durante los años ’50 del siglo pasado y no vería la luz hasta 1981, y que además dio en estructurar de un modo ciertamente singular. Se abre la novela con el Libro Tercero, al cual le sigue el Prólogo y, tras éste, llega el Libro Primero, separado del Libro Segundo por un Interludio (una sola página). Brincamos después al Libro Cuarto (recuérdese que el Tercero ocupó la primera sección del volumen), que está compuesto de catorce capítulos. A cuatro del final, aparece inserto un Epílogo y, por si esto fuera poco, la despedida del libro no es el habitual y neutro “The End” sino un monumental, grave y rotundo “Goodbye”. Valga añadir también que el autor dibujó una especie de frontispicio para cada uno de los cuatro Libros, a los que debe sumarse otro más al inicio mismo del volumen. La impresión global es, cuando menos, de algo chocante, cuando no inaudito, y no porque sea escandaloso, sino, antes bien, fascinante y audaz. Hay, para esta novela, toda una plétora de comentarios de sesudos intelectuales que identifican la obra con todo tipo de autores, desde Dante hasta Goethe, desde Orwell hasta Poe, desde Carroll hasta Blake, desde Kafka hasta Joyce, incluso con Milton. Yo me atrevería a añadir a Philip Dick a semejante elenco, aunque eso sólo sería aplicable a los Libros 3 y 4, que son los más cercanos al género de la ficción científica (o la ciencia-ficción, como algunos gustan en llamarla), repletos de sospechas hacia una especie, la humana, que parece abocada a la descerebración social que Hobbes esbozó y Orwell supo inflar, inflar, inflar hasta que nos estalló en las narices. En esos dos Libros, Lanark responde al nombre de Lanark; sin embargo, en los otros dos Lanark se llama Thaw. Y en estos no hay ciencia-ficción, sino mucha referencialidad literaria, mucha erudición (despojada de pedantería, por cierto), también mucho humor, más o menos soterrado, y todo un paseo por Glasgow, que, en cierto modo, actúa de espejo de la Dublín joyceana y, si se amplifican esos libros, como el Ulises del irlandés. El mundo de Lanark es capciosamente normal, es cotidiano hasta lo indecible, y tanto es así que las transformaciones que se van dando en él pasan desapercibidas y consiguen amontonarse hasta que, de golpe, lo habitual de antes es lo extraño de ahora, el sol brilla unos pocos minutos, cada ciudadano padece la enfermedad que lo apunta como individuo anómico, y los recuerdos han sido sustituidos por una conciencia computacional. Bienvenido al infierno.

[Alasdair Gray, Lanark. A Life in 4 Books, San Diego, CA y Nueva York: Harcourt Brace & Company, 1996 (1981), 561 pp. (Traducción española de Albert Solé: Lanark, una vida en 4 libros, Barcelona: Ediciones de Blanco Satén, 1991, 773 pp.)]

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