Dicen que, durante una entrevista, entre bromas y veras, alguien le preguntó a un Sonny Liston encaramado a la cresta del éxito pugilístico si recordaba algún caso en que alguien le hubiese tratado de un modo determinado a causa del color de su piel, si, en definitiva, en algún momento de su vida había sido negro. Sonny Liston, dicen, contestó sin pensárselo dos veces con un “desde luego que sí: fui negro todos los años en que fui pobre”. Dos veces se enfrentó Sonny Liston con Muhammad Alí por el campeonato de los pesos pesados. En la primera, con 22 años, Alí le dejó sin fuelle al comienzo del séptimo asalto, antes incluso de lo que el propio Alí había previsto; un año después, a modo de revancha, Liston y Alí se volvieron a ver las caras, aunque su encuentro no se prolongaría demasiado (exactamente, 2 minutos y 12 segundos), pues Alí hizo gala de su “golpe fantasma”, así bautizado porque casi nadie llegó a verlo, y con el cual dejó a Liston tendido en la lona. La carrera de Sonny Liston se había derrumbado con la misma celeridad meteórica con la que se había elevado. Una docena de relatos componen la colección de Thom Jones que hoy comentamos (y cuyo título podría traducirse como Sonny Liston fue amigo mío), siendo el primero de ellos, el más dramático y, acaso, el más conseguido, homónimo al título del volumen. La gloria rápida y sinuosa, las cámaras de televisión, las sonrisas blancas y exultantes ante la prensa, todo ello oculta el dolor físico, el remordimiento, la permanente sospecha del boxeador, demasiado suspicaz hacia cualquiera que se haga pasar por cercano. Un mundo en el que el miedo y la furia se mezclan a partes iguales para crear un cóctel más digno de Vyacheslav Molotov que del Bogart de Casablanca. Puede, sin embargo, que haya quien dé la voz de alarma, que esta historia del luchador roto por fuera y por dentro le suene demasiado trillada; no en vano, en la primera colección de Jones, El púgil en reposo, dos relatos giraban en torno al cuadrilátero, y otra más leíamos sobre el mismo tema en su segundo libro. Que no se preocupen los que tengan la mosca detrás de la oreja, pues, a pesar de títulos pugilísticos, no todo es sudor y testosterona, puños ennegrecidos por los moratones y almas retorcidas hasta dejarlas inútiles, viscosas, amorfas. Jones nos lleva de la mano por parajes cotidianos y se mete en las entrañas, en las vísceras y los corazones de personajes habituales (profesores, sujetos con quienes nos cruzamos en el supermercado) pero que guardan, casi todos ellos, un secreto inconfesable, una intención no del todo transparente, un pasado demasiado opaco y que se afana por hacerse omnipresente, y es entonces, al darles voz a los sujetos más oscuros, cuando nos deja huérfanos de su guía, nos conduce hasta el escondrijo donde aguarda, agazapado, el cazador. Pero ojo: la risotada llegará tras doblar la esquina más trivial, la página más inesperada. Jones no ha vuelto a publicar nada desde este libro –a excepción de unos textos para un catálogo de arte–, y se echa en falta su palabra veraz y certera, su mirada sigilosa y su mano amable, la cadencia de su prosa sagaz y bien mesurada. Pero la escritura, ya lo decía el poeta, no es un oficio vitalicio.

[Thom Jones, Sonny Liston Was a Friend of Mine, Nueva York: Little, Brown and Company, 1999, 312 pp.]

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