“Water Street”: “El mundo nos resulta ajeno, inhóspito. / Debiera ser destruido por completo. / Construir un mundo nuevo sin sus ruinas. // Y estrenar una vida diferente. // Pero al pasar el tiempo el nuevo mundo / tampoco hallarán propio nuevos hombres. / También ellos querrán un mundo nuevo. // Mejor fuera destruirlo y no hacer otro.” Urbe, sexo, crimen. Con aparente simpleza de formas, si se le echa un segundo vistazo (amén de los obvios hipérbatos y un par de figurillas más desperdigadas por ahí) se percibe que el ritmo que consiguen estos poemas surge desde dentro, y no por medio del significado de las palabras. Los cortes de línea no son semánticos, son rítmicos. Hay quien opina que su poesía es inconstante: a mi juicio, eso la hace aun más atractiva. He descubierto, además, que algunos de sus poemas que más me impresionaron tiempo atrás ahora significan muy poca cosa, y que otros que pasaron desapercibidos antaño, hogaño parecen como subrayados con rotulador fluorescente. Pero supongo que eso es lo que distingue a un buen poemario.
[José María Fonollosa, Ciudad del hombre: New York, Barcelona: Quaderns Crema, 1990, 131 pp. (La cubierta que se muestra corresponde a la edición, en Barcelona, de El Acantilado, 2000, 131 pp.)]
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