Crews ha sido comparado con Faulkner por su vena gótica (léase: sureña) pero sin que sea rival de peso; hay quien opina que Swift leería sus novelas con gran placer, devoción incluso; otros lo equiparan, en lo concerniente a la expresión, con el deje y la cadencia de O’Connor, aunque matizado por un tono sardónico, rozando en ocasiones el esperpento; he leído reseñas en las que se llega a afirmar, con rotundidad, que sólo McCarthy, el reciente y flamante Premio Pulitzer, consigue hacerle cierta sombra en la escena literaria estadounidense. La novela que hoy nos ocupa tiene como protagonista a Hickum Looney, empeñado en ganar el concurso de ventas de jabón por catálogo, de puerta en puerta, que su empresa organiza anualmente. Looney da, por casualidad, con la clienta perfecta: una venerable anciana que muerde el anzuelo, le presenta a todas sus amigas y hace que las ventas se multipliquen hasta lo inverosímil. Pero queda un obstáculo por salvar: el jefe de la compañía, quien todos los años vende más jabón que todos sus empleados juntos, hundiéndolos en el más espantoso de los ridículos. El relato aparenta ser la típica historia del self-made man, el trabajador que se hace a sí mismo, comenzando en la pobreza más abyecta para elevarse, merced a su abnegado esfuerzo, hasta la gloria laboral y el éxito financiero. Pero esta fábula de superación personal y entrega a un ideal se convierte, en manos de Harry Crews, en un carnaval de personajes repletos de dudas y conflictos internos, y cuya estabilidad emocional va menguando conforme avanza la trama hacia una resolución tan disparatada como impredecible.
[Harry Crews, The Mulching of America, Nueva York: Scribner / Simon & Schuster, 1996, 269 pp.]
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